lunes, 6 de julio de 2009

'Harakiri'

'Seppuku', de Masaki Kobayashi. Japón (1962)

Un anciano samurai llamado Hanshiro Tsugumo (Tatsuya Nakadai, quien interpretaría a Hidetora en la posterior 'Ran', de Akira Kurosawa, ya comentada), cansado de vivir en la pobreza, decide presentarse en casa del noble de la zona para solicitar le sea concedido, con todos los honores, el Harakiri, el suicidio ritual de los samurais japoneses en el que, con su propia espada, se abren el vientre y, a continuación, son decapitados por un "padrino".

Al parecer, se corrió el rumor de que un samurai acudió con el mismo rumor y le contrataron en la casa, apiadándose de él, por lo que muchos más le siguieron. Ante estos hechos, el señor de la casa le avisa de que hace poco, se presentó un joven guerrero llamado Motome Chijiiwa, con la misma intención que él y que le concedieron el deseo, pese a que sus armas no eran, ni de lejos, las adecuadas, y que en el último momento, se lo pensó mejor y quiso retirarse y no pudo.

A pesar de las veladas amenazas y advertencias, Tsugumo no cede. Harto de vivir en la pobreza y sin señor de la guerra alguno que le contrate, debido a las supresiones de varios clanes, no le queda nada más que morir con su orgullo intacto. Cuando finalizan todos los preparativos, Hanshiro solicita un padrino al señor, pero el guerrero no se encuentra en casa, por lo que han de salir a buscarlo y mientras, el samurai solicita permiso para contar la historia que le ha llevado a tomar dicha decisión y cuya narración contiene más de una sorpresa para los presentes.

Una de las mejores películas que he podido ver, con un ritmo envidiable, un doblaje perfecto -pese a lo difícil que es doblar nipones, por lo rápido que hablan- y una historia que se va desgranando poco a poco, desvelando las incógnitas que se plantean al principio, explicandolo todo, criticando esa fachada del honor y el orgullo del samurai, la falsa reputación que no debe perderse nunca cuando todos ellos son simples personas, con los problemas y los miedos propios de su condición, que deberían estar por encima de los milenarios vestigios de la reputación del samurai y, como no podía ser menos, con un final digno para el protagonista, donde demuestra lo malo que es no tener paciencia con una persona que tiene la razón.
Desde luego, la escena final, del hombre que lo ha perdido todo, cuando sabemos cómo lo ha perdido y lo que ha perdido, luchando por tener su final digno -puesto que ya ha obtenido su venganza- pese a todo, es encomiable y digna de elogio.

Una joya del cine japonés que nadie debería perderse y que ganó el premio especial del jurado en el Festival de Cannes de 1963. Desde aquí agradecerle a Aku que me la dejase, puesto que si no, nunca habría caído esta gran película en mis manos.

Le doy un 8'8/10.

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