miércoles, 28 de abril de 2010

Conclusiones vampíricas

Ahora que ha terminado la aventura y la partida del "Vampiro: Edad Oscura", creo que voy a colgar un pequeño resumen de lo ocurrido. No en plan narración, si no los pensamientos de Adrien Bucurel, tras haber conseguido cumplir su misión y obtener aquello que ansía su bestia y le pide su camino. Esto es un desvarío más que me apetece redactar, cosa que no les extrañará a quienes me conocen bien. Imagino que una vez hecho, cuando Thunder cuelgue su resumen en el foro, yo haré lo propio para que mis iracundos compañeros dejen el resultado fuera de lo personal y, con sus personajes, comprendan las motivaciones traídas por el Ravnos -que no el Malkavian de Aku, que ese está como una cabra y fruto de ello es lo que pasó-, ya que si no puedo sufrir consecuencias en diversos juegos xD.

Mientras deambulaba por las calles oscuras de Jerusalén buscando alimento, Adrien meditaba, sin sacar la mano del zurrón que portaba y con la que agarraba una pequeña botella de cristal. Hacía ya más de doce horas desde que el resto de vampiros que había conocido unos días antes se habían adentrado en los túneles y pasadizos que componían la desaparecida ciudad de Arcadia, por lo que era más que probable que Adán y el resto de Capadoccio hubiesen sellado para siempre la entrada. Sonrió al recordar cuan cerca había estado de correr su mismo destino, todo por ansiar el poder que les ofrecía Bernadeus si cumplían la misión.

Bernadeus, miserable cobarde; no habían caído las cenizas de los dos caballeros templarios al suelo y el loco ya estaba huyendo de la ciudad como si una jauría de lobisomes hambrientos le persiguiera. Al enterarse de que habían cumplido la misión, abandonó su posición de poder en Jerusalén, recogió a sus ghules y se largó. Estos gajos no tienen palabra, ni conocen el honor. No como los români.

Los Malkavian eran así. Impredecibles. Como bien le enseñó su sire, debía desconfiar de los bufones, mostrarles respeto, estar atento a ellos, pero no darles jamás la espalda. Gaius era un claro ejemplo. Durante la búsqueda en las grutas bajo Jerusalén, el loco se había puesto a dialogar consigo mismo, con ese fantasma que le persigue al que llama Baltar y que solo ve él y, para mi sorpresa, en cada una de sus incoherentes frases se encontraba un atisbo de realidad; los hechos que narraba eran los que ciertamente estaban sufriendo los cuatro condenados que allí moraban. Así que cuando Gaius comenzó a andar, saliendo del cementerio y de la ciudad, hacia donde se encontraba el anciano Adonijah, le seguí. El malkavian no estaba demasiado conforme con que hubiera ido, pero no le quedó otra que aceptar allí mi presencia. Cuando llegamos, Adonijah nos sorprendió de nuevo: el maldito viejo ya sabía lo qué había sucedido en las tumbas y fue quien nos confirmó la rápida huida del perro de Bernadeus.

Lo que no esperábamos, ni el loco ni yo, era que nos dijese que la misión estaba cumplida. Sentía el alma de Malakai descansar de nuevo y la salvación de los templarios restantes no era posible. En verdad, nunca había sido posible y estaban condenados a la destrucción desde el principio. Sentí un atisbo de lástima por aquellos desgraciados hermanos, pero, mientras meditaba esas palabras, mi Bestia ya había escuchado a Gaius. El loco se negaba a decirle nada al resto de compañeros. Ya fuese idea del fantasma llamado Baltar o de su mente paranoica, le dijo al anciano que si su trabajo había concluido, se marcharía y les dejaría vagar por las cavernas hasta que ellos quisieran o los capadoccio los sellaran para toda la eternidad.
No podía dar crédito a la volubilidad de la voluntad del loco, pero no me extrañaba. Pensé en volver, pero la Bestia había escuchado el plan y como yo, había comprendido que lo único de poder que quedaba para nosotros tras la huida de Bernadeus era la gota de sangre que el anciano nos entregara y que tenía el gangrel en su poder, por lo que, si había alguna posibilidad de conseguirla, era esa. Una sociedad cainita sin uno de sus líderes y un objeto poderoso: el embrujo que me ofrecía la posibilidad de terminar aquella noche con ambos logros provocaba un placer mayor que cualquiera de los saboreados siendo humano. Mi Bestia había hablado y yo había sucumbido a sus encantos.

Aunque no soy fiel seguidor de la Paradoja de mis primos orientales, si que comparto parte de sus creencias, por lo que me pareció correcto dar una oportunidad y permitir que fuese el svadharmma de cada uno el que decidiese lo que tenía que pasar por mí. Les conté a mis compañeros que iríamos a buscar a Bernadeus, que la solución al problema quizás estuviese dentro de los túneles, pero que creíamos que el malkavian fugado era clave. Por supuesto, no dije que sabía que no encontraríamos al cainita, pero hice hincapié en que sería una tarea imposible de realizar en el lapso de horas que tendríamos, pues estaba a punto de amanecer y los capadocio cerrarían la entrada a la noche siguiente, existiendo una más que probable posibilidad de que no consiguieran salir, ni salvar a los dos soldados condenados. Tomaron la decisión mientras observaba a Gaius, a quien parecía temblarle un poco la mandíbula por apretarla tanto para no estallar en carcajadas. Quisieron creer que lo conseguirían y entraron, todos menos Joni, el nosferatu, que decidó acompañarnos.


Adán nos dijo que qué pensábamos hacer nosotros y le dijimos que no volveríamos, que hiciera lo que tuviera que hacer, pese a que el ansioso malkavian estaba dispuesto a comenzar ya a tapiar el agujero. Fue su estridente risotada la que llamó la atención del resto y les animó a salir. Una vez fuera, volvieron a preguntar y volvimos a decirles las mismas cosas, ante el hastío del capadoccio que ya no sabía si entraban o salían. El azar, el destino, los dioses o qué se yo, hizo que cada uno decidiera su camino. Por supuesto, antes de que entrasen de nuevo, conjuré una ilusión y arrebaté al salvaje gangrel la botella sin que ni él, ni nadie, sospechase nada. Tras eso, con un vago gesto, me despedí de aquellos vampiros que tan pronto me habían odiado sin motivo, dándoles uno real y, no sin olvidar, que de no haber seguido a Gaius, yo también habría acabado perdido en Arcadia.

La noche pronto llegaría a su cenit y había sido provechosa, ahora, antes de saborear el pequeño toque de poder que la gota le otorgaría en su refugio, recordó por última vez al Assamita, a la Ventrue, al Gangrel y al Tszimice, perdidos en la oscuridad para siempre y se preguntó, con curiosidad, si el svadharmma todavía no habría llegado para ellos.

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